miércoles, 8 de julio de 2009

Cuentecito de la abundancia

Hubo una vez un sabio que era inmensamente rico. Quizás hayáis oído rumores diciendo que para ser sabio hay que ser pobre, pero esto no es verdad y el sabio de esta historia era realmente rico, nadaba en la abundancia, tanto física como espiritual.

Este sabio vivía en su pequeña pero fertilísima tierra, junto a su bella familia: su mujer y siete inquietos hijos. Gozaba de la amistad de sus amables vecinos, con quienes compartía fiestas y también las labores del campo, que se volvía más y más fértil con el amor que le dispensaban a la tierra y a los instrumentos con que la trabajaban. Los vecinos andaban muy contentos de contar con la compañía, el cariño y los consejos del 'hombre que sabe'.

Con el tiempo, la abundancia en torno a este sabio y sus tierras, así como en torno a las vidas y tierras de sus vecinos, se multiplicó tanto que llegó a oídos del Rey. En éste se despertó el sentimiento de la envidia, pues en el reino se rumoreaba que existía un sabio que era más rico y feliz que el propio Rey. Era obvio para el Rey que en cuanto a riqueza de posesiones materiales no había discusión posible acerca de que nadie era ni remotamente tan rico como él. No obstante le molestaba que los aldeanos, gente simple a la que no apreciaba, pudieran pensar que se podía vivir mejor y ser más feliz sin necesidad de ser dueño de medio mundo. Le molestaba eso porque, en el fondo de su corazón, vislumbraba que no era feliz y que por lo tanto era muy probable que el sabio de quien la gente hablaba sí fuera realmente más afortunado que él mismo, ¡que el propio Rey! Esto le indignaba.

Tal Rey, tomó la determinación de arrebatar al sabio sus tierras tan fértiles y obligarle a aceptar a cambio otras tierras que eran estériles, en el otro extremo del reino, lejos de sus actuales vecinos y amigos. Además era una región donde los vecinos solían ser antipáticos unos con otros, quizás debido en parte a la tensión que producía la poca fertilidad de las tierras de la zona y a la escasez reinante. Sin embargo, la sorpresa al cabo del tiempo es que las tierras estériles acabaron por convertirse en un paradigma de la generosidad y ahora eran más fértiles todavía que las que el sabio había ocupado anteriormente. Esta fertilidad colmó de abundancia tanto al sabio como a sus nuevos vecinos, como si la fertilidad se hubiera contagiado de repente a todas las tierras colindantes. Y no era lo único que se había contagiado: también se expandió de forma maravillosa el buen humor y el cariño de unos vecinos por los otros, ya que se sentían alegres y relajados con tal abundancia y con el amor que emanaba del sabio y su familia. Un nuevo paraíso había sido creado.

Pero este Rey se creía poderoso y planeó una 'venganza'; decidió que daría un escarmiento al cada vez más afamado sabio para que así todos supieran que nadie puede ser más afortunado que el Rey. Pensó hacer una demostración de fuerza, de poderío, y demostrar así que la cabeza del mundo, y el único verdaderamente rico establemente, era el Rey. Decidió encarcelar al sabio, bajo cualquier pretexto: el pretexto no importa y no va a ser parte de esta historia. Lo esencial es que mandó encarcelar al sabio, quien se dejó conducir pacíficamente hasta las carceles del Castillo Real.

Allí estuvo el sabio durante alrededor de tres años.

La familia del sabio no lo pasó mal, pues disfrutaban de la abundancia de la tierra y de la cortesía y buena compañía de los vecinos. Y sobre todo, en sus corazones había semillas inspiradas por el sabio, comprendiendo ellos que nada malo le ocurriría ni a él ni a ellos, sino que simplemente permanecían como siempre en brazos de la Providencia. Confiaban en que la Vida tenía algo que mostrar con estos sucesos. Y que cuando fuese el momento oportuno, todo seguiría fluyendo para bien.

La secreta esperanza del Rey consistía en que el sabio se sintiese cada día más infeliz y desesperado en la cárcel. Pensaba con regocijo en si llegaría un momento tal en que el sabio llegara a suplicarle piedad, lo cual supondría el reconocimiento tácito de su victoria: el Rey habría vencido, o eso pensaba: habría demostrado que el verdaderamente poderoso era él.

Pero el transcurrir de las semanas no seguía el camino esperado por el Rey. Según le contaban sus espías, el sabio no sólo parecía feliz, sino que los propios presos se estaban contagiando de su buen humor.

Los presos que eran detenidos temporalmente, entraban deprimidos a la cárcel y cuando llegaba el día de su salida, salían completamente animados. Esto llegó a oídos de los aldeanos, los cuales gozaban con la alegría de que el sabio seguía con su onda de brillar y expandir su felicidad.

Pero todo esto al Rey le disgustaba. Y le impacientaba el ver que el entorno del sabio se convertía en una fuente de alegría y felicidad, ¡incluso en la cárcel! Le daban ganas de ordenar a los carceleros que torturaran al sabio, pero no quiso hacerlo porque eso despertaría todavía más los odios de la gente. Pensó que debía ser sutil y esperar a que el sabio se desesperara por sí solo con el tiempo, pero los meses transcurrían sin los resultados deseados por el Rey.

Pasado un año, cabreado, el Rey decidió enviar a la cárcel a un ladroncejo a quien ordenó dar una paliza al sabio. Como estímulo extra le prometió el perdón por sus robos y una interesante suma de dinero.

La paliza no llegó a suceder, sino que aconteció una nueva sorpresa. Cuando el sabio y el ladroncejo se vieron, se reconocieron mutuamente a pesar de los años transcurridos. ¡Eran hermanos! Habían sido separados hacía muchos años, durante la infancia, y el hermano mayor (el ladroncejo) había creído que el hermano peque había muerto. Ahora, al verle... esa mirada... Lo reconoció, se reconocieron, hablaron, recordaron... y la paliza pasó a la historia. A esa historia de tantas cosas planeadas que finalmente decidimos cambiarlas por cosas mejores.

El Rey estaba contrariado, pero por esta época se sentía cansado, especialmente desanimado y no sintió fuerzas ni ganas para hacer nada: no quiso castigar al ladronzuelo por no cumplir lo pactado, sino que prefirió dejar que el tiempo transcurriera, sin planes. La vida del sabio le estaba haciendo reflexionar. Ya no sentía deseos de hacerle sufrir demasiado, lo que sentía era más bien curiosidad acerca de cuánto aguantaría el sabio esta situación de estar en la cárcel. O la curiosidad de saber adónde conduciría esta situación por sí misma, sin cambiar nada especialmente.

Más meses transcurrieron. Meses y meses. Al segundo año de cárcel, el sabio cayó enfermo. Esto interesó al Rey, pero no le llenó de alegría, porque en realidad hacía tiempo ya que empezaba a simpatizar íntimamente con el sabio. No había llegado a visitarle nunca a las mazmorras, por orgullo, por mantener "las formas", por aparentar indiferencia. Pero siempre tuvo noticias a través de los carceleros y de los espías mezclados entre los presos. Y como quiera que tales noticias confirmaban una y otra vez la actitud alegre del sabio durante todo el tiempo encarcelado, con el tiempo esto había despertado en el Rey cierta admiración y simpatía.

Pero ahora el asunto era que el sabio estaba enfermo. El Rey dudó si ofrecerle asistencia médica a través de los médicos de la corte, aunque finalmente decidió que quizás lo apropiado era dejar que las cosas se libraran a su propia suerte, y así comprobar si el sabio caía ahora en la desesperación o no. Sentía curiosidad por lo que sucedería.

Todos veían al sabio muy enfermo, tanto que temían su muerte. Muchos presos sentían un inmenso cariño por el sabio, como si fuera un padre para ellos. Estaban preocupados por su estado, aunque les animaba que el sabio sonreía y mostraba alegría en sus mejores momentos, mientras que en los momentos peores sufría con dignidad, noblemente.

Uno de los presos, que se había ganado la vida tiempo atrás en parte como embaucador y en parte como una especie de curandero con sus potingues y ungüentos, le comentó al sabio que le gustaría mucho poder ayudarle, que podía darle masajes pero que no podía usar ciertas hierbas medicinales por carecer de ellas en el lugar donde se encontraban. Otro preso afirmaba que dijera qué hierbas eran ésas y que podía arreglarse quizás la forma de hacerlas llegar a la cárcel. El sabio habló y les dijo que no eran imprescindibles las hierbas sino que lo importante era el cariño y la intención con que se aplicaban. Les dijo que su vida estaba en manos de la providencia divina, que sucedería lo que fuese mejor para todos, y que era legítimo y sensato hacer uso de todo aquello que estaba a la mano, de modo que dijo que aceptaba el masaje y cariño del "curandero", como muestra de amor y como una forma de expresar ambos la intención que tenían todos de que sanara la enfermedad.

El "curandero" aplicó sus masajes con frecuencia, día tras día. Y no sólo él, sino que los presos que se encontraban en esa mazmorra, también participaban con sus buenas palabras y con sus masajes cargados de cariño y con la intención de que el sabio se recuperara.

Al Rey le llegaban noticias de estos sucesos y para sus adentros pensaba: "No va a funcionarles la idea, pero ¡ojalá funcionara!" Y día tras día seguía dudando si enviar a algún médico de la corte. Dudaba sin nunca tomar le decisión. Nunca envió la ayuda. Al menos sí tenía la intención, la simpatía de que el sabio sanara.

Al cabo de dos semanas, el sabio se sintió claramente mejorado. Y pocos días después sanó por completo. ¡Todos respiraron aliviados! Incluso el Rey, quien estaba secretamente contento.

Pasaron las semanas. La cárcel era una perpetua fiesta. El sabio se sentía más vital y feliz que nunca. Los 'milagros' se convirtieron en algo cotidiano. Llegó el día en que nadie se ponía enfermo en las mazmorras. Más tarde, llegó el día en que se expandió el rumor de que los enfermos que entraban a la cárcel, salían completamente sanos. ¡Había quienes empezaban a concebir la cárcel como un lugar deseable al que ir para sanar, celebrar y alegrarse!

Transcurrían los meses y la cárcel se había convertido en un lugar muy 'fértil' en cuanto a salud, alegría, sabiduría y felicidad. Algunas personas que quedaban detenidas un tiempo, pasadas las semanas salían convertidos en una inspiración para el mundo. Todos se daban cuenta de lo que estaba pasando. Todos en la cárcel y fuera de ella. Incluso el Rey se daba cuenta del lugar tan bendito en que la cárcel se había convertido. En cambio, el Rey se sentía vacío. Veía su propia vida vacía, carente de valor. Se sentía deprimido, sin ganas de nada. Simpatizaba con el sabio y lo que había conseguido, simpatizaba sinceramente con el poco ánimo que le quedaba. Le hubiera gustado ir a conocerle personalmente, pero su orgullo se lo impedía. Y su vida la sentía cada día más vacía, sin alicientes.

El Rey estaba realmente cansado. Ya no deseaba que reconocieran tanto su poder. No tenía ganas de apenas nada. Su estado de salud se fue debilitando poco a poco.

Aproximadamente al tercer año de estar el sabio encarcelado, el mundo del Rey se desmoronó. Había la sospecha de una guerra con un reino vecino. Esto pillaba al Rey en mal momento, pues seguía deprimido, cansado, desganado, hundido. Y de repente la guinda: todo se desmoronó. El Rey, su esposa y su hijo heredero cayeron los tres muy enfermos.

Los médicos de la corte nada podían hacer, pues se trataba de una enfermedad desconocida y la cual no sabían como tratar. El Rey, su esposa y su hijo empeoraban rápidamente y los médicos temían lo peor: una imparable triple muerte en menos de una semana.

Sin embargo, como éste es un cuento feliz, la magia se abrió camino. Y esa magia no fue otra que, por fin, el Rey soltó su orgullo. Ya nada le importaba el orgullo. Ya no deseaba que le tomaran por poderoso o más rico que nadie. Sólo quería vivir. Y lo vio tan claro, que ordenó que le trajeran al sabio: quería hablar con él.

El sabio acudió a los aposentos reales, donde se encontraba la Familia Real. El Rey le suplicó al sabio que le sanara a él y a su familia. Se sentía moribundo pero tenía confianza en que el sabio podía manejar esa sanación, porque había escuchado noticias de casos sorprendentes de curaciones de presos en las mazmorras. Le pidió ayuda al Sabio y se puso a su disposición: le devolvió la libertad y se mostró disponible a seguir los consejos que le diera para conseguir sanar.

El sabio se mostró muy dulce y amable, como si fuese el propio padre de cada uno de los presentes. Esto sorprendía y no sorprendía al Rey. Por un lado le sorprendía que el sabio mostrara tanto cariño y amabilidad hacia el responsable de su encarcelamiento. Y por otro lado no le sorprendía nada pues las anécdotas que sus espías le habían relatado durante estos 3 años, le mostraban que el sabio era una persona amable excepcional.

El sabio le explicó con mucho cariño que no le consideraba responsable de su encarcelamiento, sino que es la Vida la que lo hizo, pues es la Vida la que nos dirige a todos. Le explicó también que no consideraba el tiempo encarcelado como algo malo, sino como una bendición, porque había conocido a tanta buena gente, y había aprendido tantas cosas, y había recibido tanto amor... ¡incluso se había reencontrado con su hermano al que hacía tantos años que le había perdido la pista! El sabio explicó que sólo sentía agradecimiento ante los 3 años acontecidos en este lugar.

En cuanto a la sanación del Rey, de su esposa y de su hijo heredero, el sabio les explicó que esa enfermedad era disipable, pero que solamente podía sanar a uno de los tres.

El Rey y su esposa rápidamente acordaron que fuera el hijo el que sanara. Y el sabio se mostró muy contento con la decisión tomada, sorprendiéndoles al decir que todos sanarían, pues para la Vida los tres eran Uno, partes del mismo Ser, de la Unidad de la Vida. Y que ése era el motivo de sus anteriores palabras de que solamente uno podría sanar: se refería a que todos los seres somos uno, y por lo tanto sólo el Uno existe y solamente él sana cuando se disipan las apariencias, pues en realidad, dijo, las enfermedades no son reales, sino aparentes. Son como sombras que se esfuman ante la Luz.

El sabio dio unos consejos a cada uno de ellos. Y sanaron, ¡claro que sanaron! De hecho, como opinaba el sabio, en realidad nunca habían estado verdaderamente enfermos.

La salud de la Familia Real no fue lo único que sanó. Pronto las cosas empezaron a ir mejor en todo el Reino, que se convirtió en un paraíso de felicidad y sabiduría. Un lugar tan fértil que era admirado por todos los extranjeros que lo visitaban.

El sabio, recuperada su libertad, la cual según él nunca había perdido, se reencontró con su esposa e hijos, ¡qué felicidad para todos! Se reencontró también con tantos aldeanos que le amaban y le hicieron una gran fiesta.

El Rey invitó al hermano del sabio (el 'ladronzuelo') a seguir viviendo en la corte. Y al sabio le ofreció el prestigioso cargo de 'consejero real'. El sabio aceptó a cambio de que el Rey siguiese a su corazón e hiciese del Reino un hermoso Jardín donde todos pudieran jugar libremente. Al Rey le pareció una feliz idea y así fue.

El Rey siguió a su corazón. Una de las primeras decisiones que tomó fue abdicar en favor de su hijo heredero, pues deseaba la libertad de vivir más parecido al sabio, sin la necesidad de sentirse poderoso ante los demás, sino con más humildad. Esto hizo a su esposa muy feliz, pues el Rey y la Reina, debido a las responsabilidades, no habían dedicado demasiada atención a sí mismos ni a tener intimidad. ¡Ahora la tendrían! El hijo también se sentía muy feliz pues estaba preparado para asumir su papel, tenía muchas ideas e inspiración para mejorar el Reino. Y se sentía muy tranquilo porque sabía que el sabio era un consejero amable y siempre disponible, confiaba en él.

La primera acción notable del sabio en su cargo como consejero real, fue viajar como diplomático al reino vecino del que provenían los rumores de guerra. Conversando amablemente con el Rey del reino vecino y su Consejero, comprendieron que se había tratado de malentendidos y restablecieron la paz y relaciones muy amistosas. Ambos reinos y los reinos aliados crecieron en belleza, paz, alegría y amistad, compartiendo los logros y conocimientos los unos con los otros. Estos reinos son famosos por su eterna fertilidad.

Verdaderamente, conocieron la Abundancia y la Felicidad. La Abundancia es la Felicidad, ambas son ese Algo que nos rodea por todas partes permanentemente. Sólo hay que darse cuenta de Ello. Siempre a la mano, pues Es Lo que Somos. Y así es, así acaba esta historia.

Quizás podemos interpretar si nos place que el Rey de este cuento simboliza al llamado 'ego'. Quizás el sabio simboliza eso que llamamos 'Esencia', la 'Sabiduría interior'. Quizás este cuento habla sobre nuestro propio interior. Quizás...

Sed muy felices.

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